Levantar alas como águilas...

Juan 8:4,5,6,7, 8,9,10, 11

09.10.2009 09:23

"Le dijeron: Maestro esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tu pues ¿que dices?. Mas esto decían tentándoles para poder acusarle. Pero Jesús inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle se enderezó y les dijo: el que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo siguió escribiendo en tierra. Pero ellos al oir esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno comenzando desde los más viejos hasta los postreros y quedó solo Jesús y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer le dijo: mujer ¿donde están los que te acusaban?, ¿ninguno te condenó?. Ella dijo: ninguno Señor; entonces Jesús le dijo: ni yo te condeno; vete y no peques más". Juan 8:4,5,6,7, 8,9,10, 11
 
De acuerdo al Antiguo Testamento, y según  el pacto establecido entre Dios y el hombre, era una obligación cumplir con la ley escrita en las tablas de Moisés; pero, era practicamente imposible porque el hombre era incapaz de vivir en obediencia sin la presencia del Espíritu de Dios en él; por eso, quien incumplía los mandatos era severamente sancionado. 

Sin embargo, gracias al sacrificio del Señor en la cruz, existe, ahora, una relación diferente entre el hombre y Él pues, con su muerte, se estableció un nuevo pacto de amor sellado por la sangre derramada por Jesús. El amor y la misericordia del que vive en nosotros nos ayuda a cumplir con lo que está escrito. Y, en el caso de que le fallemos, podemos reconciliarnos con Él por medio del arrepentimiento y el perdón. Los versículos que comparto el día de hoy nos dejan grandes enseñanzas con respecto a la sabiduría y la mansedumbre con las cuales siempre actuó el Señor y que deben servirnos de ejemplo e inspiración. 

Un grupo de personas estaba presionando al Señor para que castigara a una mujer adúltera. Quien sabe por cuanto tiempo estuvieron tratando de convencerlo para que actuara en contra de la mujer. Sin embargo, el Señor no perdió la paz ni el dominio propio y practicamente los ignoraba pues, sin mirarlos, se entretenía escribiendo palabras en el suelo. De seguro mantenía un diálogo con el Padre para preparar una respuesta que dejaría callados a quienes estaban en el lugar; y así fue pues, cuando Jesús habló, cada palabra expresada avergonzó a los escribas y a los fariseos (estudiosos de las escrituras); los dejó sin argumentos y poco a poco se fueron marchando incluyendo a los más viejos los cuales tenían mayor experiencia y conocimiento.

Nadie estaba en ese lugar libre de pecado; todos veían la paja en el ojo de la mujer pero fueron incapaces de descubrir la viga que ellos mismos cargaban;  por lo tanto, ninguno tenía el derecho de agredirla. La actitud de Jesús hacia la mujer fue totalmente diferente.

El Señor se levanta, deja lo que estaba haciendo, le dedica tiempo, la mira, le habla, la perdona y le advierte que debe dejar su conducta pecaminosa.

¡Qué enseñanza tan grande para todos nosotros!  Cuantas veces, algunas personas se nos han acercado para hablarnos mal de otros; cuantas veces les hemos prestado atención y hemos señalado con desdén a otros basados en simples especulaciones; cuantas veces hemos dedicado tiempo al chisme y a la murmuración; cuantas veces nos hemos sentido libres de pecado pero vemos, con mucha facilidad, la maldad en otros; cuantas veces hemos odiado en lugar de perdonar. 

Cuando vengan a nosotros para tratar de contaminarnos y tentarnos asumamos la actitud de Jesús: no se deje llevar por lo que le dicen; tómese su tiempo y establezca contacto con el Espíritu del Señor que mora en usted; Él le revelará la Palabra precisa con la cual derrotará al enemigo y creáme "no tendrá otra salida que huir avergonzado".


Que el Señor los bendiga.

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Lilliana María Incera Villalta

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San José, Costa Rica

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