“¿Y que acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo de Dios viviente, como Dios dijo: habitaré y andaré entre ellos y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Por lo tanto, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor y no toquéis lo inmundo y yo os recibiré y seré para vosotros por Padre y vosotros me seréis hijos e hijas dice el Señor Todopoderoso”. 2° Corintios 6: 16, 17 18.
Nosotros somos el templo, la casa del Espíritu Santo de Dios. Su presencia habita en nosotros cuando lo aceptamos como nuestro Dios y Salvador. Esa realidad produce en cada persona un efecto extraordinario y milagroso pues la relación con el Espíritu Santo cambia en forma radical las vidas. A partir de ese momento, no puede existir acuerdo o vínculo entre quien es guiado por el Señor y las conductas pecaminosas que, con tanta frecuencia, acompañan al ser humano. Dios se encargará de nuestra debilidad si la soltamos y se le entregamos. No hay nada imposible para Él. El Señor tiene el poder de despojarlo de su pecado, siempre y cuando usted se arrepienta, y levantarlo como una nueva persona, con un carácter diferente y grandes expectativas. Él nos devolverá la vida buena que el diablo ha querido robarnos. Él es el mejor de los padres y nosotros, en obediencia, tenemos el privilegio de ser llamados hijos e hijas del Dios Altísimo.
Que el Señor los bendiga.
Lilliana María Incera Villalta
San José, Costa Rica