"Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis y vendréis y oraréis a mi y yo os oiré". Jeremías 29:11, 12
Dice la Palabra de Dios que nisiquiera hemos expresado nuestros pensamientos cuando Dios ya los conoce. Él lo sabe todo acerca de nosotros. Conoce lo profundo de nuestro corazón y lo que abunda en él. Sus ojos no se apartan de nosotros; sabe de nuestros tropiezos, de nuestros pecados y también se complace con nuestro arrepentimiento y nos perdona. Él no mira la magnitud del pecado tan solo toma en cuenta un corazón contrito y humillado.
El Señor sobreabunda en misericordia y amor por eso se equivocan las personas que creen que Dios se complace en el castigo y que su ira desciende sobre los pecadores. Fue tanto su amor que: "de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna" Juan 3:16.
No hay amor más grande que el del Padre quien entregó a su hijo para que ustedes y yo fuéramos salvos. Él nos ama pese a nuestra vida pecaminosa y se conmueve cuando escucha la voz de su pueblo clamando por sus necesidades; Él sabe que confiamos en su misericordia y por eso responde librándonos del mal.
No sabemos como lo hace pero su respuesta siempre llega justo a tiempo, jamás se atrasa. Él tiene para nosotros pensamientos de paz; pero, esa paz no es como la que el hombre puede darnos sino que la paz del Señor sobrepasa todo entendimiento humano y aun en la tribulación, en forma milagrosa, nos mantiene firmes, confiados en los buenos tiempos que están por venir. Es grande la paz, la seguridad y la tranquilidad que sentimos en nuestras vidas cuando tenemos la certeza de que el Señor nos observa con amor y que siempre nos bendecirá con pensamientos de bien.
Tengamos un corazón agradecido, volvámonos a Él en obediencia, dejemos de lado la rebeldía y vivamos confiados bajo la sombra del Omnipotente.
Que el Señor los bendiga.
Lilliana María Incera Villalta
San José, Costa Rica